La nueva estructura internacional nace con críticas, dudas sobre la igualdad y el fantasma de una final en Doha que incomoda a media Europa
El anuncio del Nations Championship como eje del calendario internacional a partir de 2026 ha generado dos reacciones muy distintas: entusiasmo por la idea de ordenar un sistema que llevaba años pidiendo coherencia… y preocupación por la posibilidad de estar fijando, de manera permanente, un muro entre las potencias y el resto del rugby mundial.
La propuesta de World Rugby reúne a las doce selecciones más fuertes del planeta en un torneo anual, con partidos garantizados en julio y noviembre. Sobre el papel, el plan es ambicioso: más duelos de nivel, más visibilidad, mayor valor comercial y la promesa de ofrecer test de máxima exigencia cada temporada.
Sin embargo, una mirada más profunda revela contradicciones que han encendido un debate serio dentro del deporte.
El primer punto de fricción es el carácter cerrado del torneo. Con la élite blindada —los seis equipos del Seis Naciones, los cuatro del hemisferio sur, Japón y Fiyi— las selecciones emergentes quedan relegadas a la Nations Cup, un segundo nivel donde competirán entre sí sin acceso inmediato al grupo principal. El sistema de ascenso y descenso está previsto, pero no entrará en vigor hasta dentro de varios años, lo que para muchos supone una década perdida para los países de crecimiento.
La prensa internacional no ha tardado en reaccionar. The Times fue especialmente contundente, calificando el esquema como “una estafa vergonzosa diseñada para proteger a la élite”. Según su argumento, separar a las potencias en un torneo premium implica limitar el roce competitivo con selecciones que necesitan esos partidos para evolucionar. Otros medios británicos señalan que la Rugby World Cup podría perder parte de su atractivo si, cada año, las grandes naciones ya se enfrentan de forma obligatoria
A esta crítica estructural se suma un aspecto simbólico que ha generado un rechazo aún mayor: la posibilidad de que futuras finales del Nations Championship se disputen en Doha. Lo que para World Rugby es un paso hacia la globalización, para muchos aficionados representa un alejamiento del corazón del deporte. Más patrocinio, menos tradición.
La elección de una sede sin afición local, sin historia rugbística y con condiciones climáticas extremas ha hecho que varios sectores del rugby europeo y oceánico expresen su malestar.
También preocupa la carga física para los jugadores. El nuevo modelo intensifica los viajes norte-sur, especialmente en la ventana de julio, lo que añade cansancio a deportistas que ya compiten en ligas largas y exigentes. Los sindicatos de jugadores han empezado a pedir garantías de descanso real y no simbólico.
A pesar de estas sombras, la reforma también tiene defensores. Desde World Rugby recuerdan que el objetivo es “elevar a todos los barcos” y ofrecer una estructura clara a federaciones que llevan años reclamando un calendario estable. Para los países del Tier 2, la Nations Cup podría ser un impulso real: más partidos, más exposición y, por primera vez, un espacio fijo dentro del calendario global.
El problema, según los críticos, no es la creación de estos torneos… sino que el puente entre ambos niveles no esté aún construido.
Mientras esa transición no exista, el rugby corre el riesgo de dividirse en dos mundos paralelos: el de quienes ya están arriba y el de quienes aspiran a subir, pero sin un camino cercano.
El Nations Championship es, sin duda, una apuesta grande.
La cuestión es hacia qué modelo de rugby nos conduce:
¿un deporte más ordenado y global… o un sistema que refuerza las diferencias que siempre intentó combatir?
El debate acaba de empezar.