
Jonah Tali Lomu fue mucho más que un jugador extraordinario: representó un punto de ruptura en la historia del rugby. Su aparición cambió para siempre la percepción de lo que un Ala podía llegar a ser y abrió el deporte a una dimensión global que hasta entonces no existía. Su potencia, su velocidad y su impacto en el juego lo convirtieron en una figura irrepetible, admirada incluso por quienes no seguían el rugby de forma habitual. Por eso encabeza esta sección: ninguna historia del rugby moderno se puede contar sin mencionar su nombre.
Jonah Tali Lomu nació el 12 de mayo de 1975 en Auckland, en una familia de origen tongano. Creció en entornos humildes, marcados por la fuerte presencia de la comunidad del Pacífico en Nueva Zelanda, y desde muy joven destacó por unas condiciones físicas fuera de lo común.
Estudió en Wesley College, una escuela con sólida tradición deportiva, donde comenzó a llamar la atención no solo por su tamaño, sino por su agilidad y velocidad poco habituales para alguien de su envergadura.
A los 19 años, su progresión fue tan rápida que se convirtió en el jugador más joven en debutar con los All Blacks, un récord que se mantuvo durante décadas y que dejó claro que había aparecido alguien diferente.
La irrupción en la escena mundial (1995)
El Mundial de 1995 en Sudáfrica cambió para siempre la forma en que el mundo entendía el rugby, y Jonah Lomu fue el principal responsable. Tenía solo 20 años cuando se convirtió en la figura central del torneo. Su actuación más recordada llegó en la semifinal contra Inglaterra, donde firmó cuatro tries que aún hoy se consideran uno de los momentos más impactantes de la historia del deporte.
La jugada más famosa llegó en los primeros minutos del partido, cuando Lomu recibió el balón, aceleró hacia la banda izquierda y arrolló a Mike Catt sin reducir la velocidad. Esa acción, repetida miles de veces desde entonces, se convirtió en un símbolo de su potencia descomunal.
Tras el encuentro, el capitán inglés Will Carling resumió lo que todos pensaban con una frase que se volvió histórica:
“He is a freak.”
(“Es una anomalía de la naturaleza.”)
No era un insulto, sino una manera de reconocer que el rugby nunca había visto algo parecido: un jugador de casi dos metros y más de cien kilos capaz de correr como un sprinter y de romper defensas diseñadas para frenarlo sin éxito.
Su forma de jugar
La grandeza de Jonah Lomu no residía solo en su físico, sino en la combinación —hasta entonces inédita— de potencia, aceleración y velocidad punta. Medía 1,96 metros y superaba con facilidad los 115 kilos, pero corría como un jugador mucho más ligero. Esa mezcla obligó a los equipos rivales a replantear cómo se defendía en las bandas.
Su estilo se basaba en tres elementos que lo hicieron único:
- Aceleración explosiva: alcanzaba velocidad máxima en apenas unos metros.
- Capacidad para romper placajes: su fuerza permitía seguir avanzando incluso cuando recibía contacto directo.
- Velocidad sostenida: una vez lanzado, era muy difícil reducirlo o desviarlo de la trayectoria.
Además, su presencia en el campo tenía un efecto psicológico evidente: las defensas dudaban un instante al encarar, y ese instante era suficiente para que Lomu encontrara espacio. Su impacto fue tal que muchos equipos comenzaron a trabajar con Alas más grandes y potentes, señal de que el rugby tuvo que adaptarse a él.
Carrera posterior
Tras el impacto del Mundial de 1995, Lomu continuó consolidándose como una de las figuras más influyentes del rugby internacional. Jugó en Auckland Blues, Waikato Chiefs y Wellington Hurricanes, dejando huella en el Super Rugby gracias a su capacidad para desequilibrar partidos desde acciones individuales.
Con los All Blacks, siguió siendo un referente durante la segunda mitad de los años noventa, especialmente en el Tri Nations y en giras internacionales. Su presencia generaba una atención mediática inusual para la época, y muchos estadios agotaban entradas simplemente por la posibilidad de verlo jugar.
A finales de los noventa comenzaron los primeros signos de problemas de salud, que afectaron su continuidad y rendimiento. Pese a ello, mantuvo un nivel competitivo admirable y se mantuvo en la élite el tiempo que su cuerpo se lo permitió.
Aunque sus apariciones fueron menos constantes durante los 2000, Lomu siguió siendo una figura central para el rugby neozelandés y mundial, con un respeto absoluto por parte de rivales, aficionados y organismos oficiales.
El impacto cultural
Jonah Lomu se convirtió en el primer jugador de rugby reconocido a escala global, incluso por personas que no seguían el deporte. Su presencia abrió puertas que hasta entonces eran impensables: empresas, medios de comunicación y patrocinadores vieron en él una figura capaz de atraer atención internacional.
Su imagen apareció en videojuegos, como el célebre Jonah Lomu Rugby de 1997, que marcó a toda una generación. También participó en campañas publicitarias y proyectos sociales que ampliaron la visibilidad del rugby más allá de los países tradicionales.
Pero quizás su mayor impacto fue simbólico. Para miles de niños de las islas del Pacífico, Lomu demostró que era posible llegar a lo más alto y convertirse en un referente mundial. Su figura ayudó a que muchos jóvenes vieran en el rugby una vía de progreso y orgullo cultural.
Con el paso del tiempo, su nombre quedó asociado a la idea de jugador total: alguien capaz de cambiar un partido, una generación y hasta la manera en que el deporte entendía el papel del Ala Su influencia sigue presente en cómo se entrena, cómo se juega y cómo se proyecta el rugby hacia el exterior.
Últimos años y legado
En los últimos años de su carrera, Jonah Lomu convivió con una enfermedad renal que limitó su actividad deportiva y lo obligó a someterse a un trasplante. Aun así, continuó vinculado al rugby como embajador, presencia mediática y referente para generaciones más jóvenes. Nunca dejó de participar en iniciativas sociales y campañas vinculadas al deporte, siempre con una actitud cercana y generosa.
Su fallecimiento en 2015, con solo 40 años, tuvo un impacto profundo en el mundo del rugby. Equipos, federaciones y jugadores de todas las épocas coincidieron en que su figura había marcado un antes y un después. Ese reconocimiento colectivo confirmó lo que ya era evidente: Lomu no solo había sido un jugador extraordinario, sino una personalidad que trascendió el campo.
Hoy su legado se mantiene vivo en múltiples formas. Desde la evolución física y táctica del Ala moderno hasta el impulso que dio a las comunidades del Pacífico, pasando por la manera en que el rugby se proyecta internacionalmente. Para muchos aficionados, Jonah Lomu sigue siendo el jugador que mostró el verdadero potencial del deporte en la era profesional.
Quizás Jonah Lomu no fue el jugador más completo ni el más técnico de todos los tiempos, pero sí fue el padre indiscutible del rugby moderno. Por eso, cuando pensamos en la historia de este deporte, es fácil imaginarlo ocupando su lugar natural: a la derecha de Webb Ellis.
Interesante artículo que nos enriquece un poco más a los que nos vamos adentrando poco a poco en este mundillo